TRANSFORMACIÓN MEDIANTE LA RELACIÓN DE PATROCINIO

Me llamo Yvonne Simpson y soy patrocinadora de Sandra Villaroel Ricaldes. En el 2012 hice mi primer viaje con la iglesia Believers Fellowship de EEUU a visitar Ushpa Ushpa, Cochabamba. En aquel entonces la familia de Sandra vivía muy cerca de la iglesia El Buen Pastor y el centro comunitario del OTB Loma Pampa. Como muchas de las actividades que realizamos tomaron lugar en estas dos instalaciones, vimos mucho a la familia Villaroel cuando los niños participaron en actividades o vagaron por las calles.

El hermano mayor de Sandra, Ariel, entonces estaba patrocinado y unos hermanos de nuestra iglesia visitaron a la familia. Aún conservo fotos de ese encuentro. Sandra era tan pequeña, debido mucho a su diagnóstico del Síndrome de Down. Su mamá, doña Elsa, cargaba a unos chiquillos aún más pequeños. Los adultos de la familia hablan quechua casi exclusivamente (yo hablo castellano, pero alguien de FH siempre nos interpreta). Durante esa visita cuando se preguntó por el papá de los niños, doña Elsa contestó que él trabajaba fuera de la zona. Luego indicó que quizás las cosas matrimoniales no les iban tan bien cuando comentó “Él no me pega demasiado.”

Al año empecé a patrocinar a Sandra. Desde entonces he tenido la gran dicha de visitarla cada año. Como no hay programas escolares en su zona para niños discapacitados, ella se queda en casa y poco comprende el castellano. Cuando la familia vivía en Loma Pampa había una anciana (una abuela de ellos, creo) que cuidaba de los niños cuando doña Elsa trabajaba, pero a menudo Sandra se veía andando en la calle. Siempre me daba pena porque debido a su condición, la considero más vulnerable que los demás niños y siempre oro que Dios la proteja.

Su hermano mayor, Ariel, dejó de estudiar y como resultado fue retirado del programa de FH. Pasaron unas visitas en que lo no vi y fue el hermano menor de Sandra quien se encargaba de ella y las dos hermanitas Nilda y Vilma. El hermano menor no estudió por un tiempo (por algún motivo que me es desconocido), pero con unos siete u ocho años cuidaba de las tres hermanas.

Las visitas domiciliarias con la familia Villaroel siempre me han sido más difíciles que otras por la situación familiar. En mi humilde parecer, la pobreza económica no es la peor que uno puede sufrir – y por seguro la familia gana poco. Lo que me rompió el corazón fue el quebrantamiento espiritual y familiar – como los niños se pegaban, como la mamá tenía cara de ahogamiento, y la sensación de desesperanza.

En 2016 supe que la familia se había mudado. Doña Elsa rompió con su pareja, vendieron la casa en Loma Pampa, y ella subió a una vivienda alquilada más arriba en las colinas.  Cuentan con un solo cuarto y una sola cama para seis personas. El hijo mayor, Ariel, no estuvo presente y Elsa indicó que temía que quizás anduviera con una pandilla. Ninguno de los niños estudiaba.

Doña Elsa parecía fuera de sí. Le preguntó a la facilitadora de FH si yo era la patrocinadora. (Ahora bien, no me considero mucho, pero sí que me sorprendió que ella no se acordara de mí. Me imagino que sea por el trauma vivido o quizás por problemas de la vista.) Hubo un descuido total de los niños y de la casa. Fue obvio que ella estaba al límite de las fuerzas. Me pidió dinero. La facilitadora era nueva y parecía que no sabía cómo reaccionar. Aunque yo no hablo quechua, entendí lo que decía doña Elsa. Le dije a la mamá que apoyo por medio de FH y los programas ofrecidos por ellos.

No quiero alargar demasiado mi relato, así que no repaso con más detalle el quebrantamiento observado en esta familia. Cuando nos fuimos, mis compañeros comentaron que fue una de las visitas más difíciles que habíamos tenido en los años viajando a Ushpa Ushpa. Por lo general, hemos visto mejoría en las familias y en la comunidad, pero en ésta hubo un declive significativo. Como la familia contaba con solamente unas cuantas cebollas para comer una de las hermanas de EEUU, Sandy, ofreció pagar la compra de alimentos. Les compramos arroz, fideos, leche en polvo, y aceite para freír. Regresamos el día siguiente para entregarlos y los encomendamos a los niños ya que la mamá estaba fuera trabajando.

Pasé el año orando por la familia. Antes, mi enfoque era orar por Sandra, pero me cambié a orar principalmente por doña Elsa. Como cabeza de familia, ella tiene mucha responsabilidad y poco apoyo. También empecé a dirigir las cartas que escribía a la familia entera, no solamente a Sandra. Esperaba que doña Elsa escuchara algunas palabras de ánimo y que supiera que podía enraizar su identidad en Cristo. La última carta que recibí antes de visitar en abril fue escrita por Ariel. Me alegró el corazón.

Esta última visita fue distinta a la previa. La hermana norteamericana, Sandy, decidió patrocinar a las dos hermanitas. Toda la familia estaba esperándonos. Doña Elsa salió a saludarme y me abrazó y me besó como nunca antes.  Los niños se pegaron muy poco. Ariel, ahora con 15 años, estuvo presente y me comentó que trabaja fuera de la casa, pero también le ayuda a su mamá con los chiquillos. El hermano menor ahora estudia. Doña Elsa volvió a pedirme dinero, pero esta vez el facilitador fue un señor muy maduro y familiarizado con los programas de FH. Le habló en quechua, y le seguí el punto esencial, y le explicó acerca de capacitaciones para mujeres que quisieran comenzar una pequeña empresa particular y los programas de jardines familiares. De estas maneras, le explicó, ella podría quizás llegar a ganar más dinero y tener más comida de un pequeño huerto en su lote de terreno. Ella asintió y espero que lo lleve a cabo.

Después de la visita algunos de mis compañeros norteamericanos comentaron con tristeza sobre la pobreza económica de la familia, pero ellos no la habían conocido anteriormente. De mi parte, la familia, aún con inestabilidad, parece más sana que en años pasados. Sigo pidiendo que Dios cuide de esta familia – que cada uno conozca a Cristo como Señor y Salvador, que doña Elsa tenga la fuerza y sabiduría para seguir adelante, que se cuiden entre sí, que Dios los proteja, que Dios provea para sus necesidades físicas y emocionales, que tengan esperanza para el futuro, y que Dios tenga toda la gloria por la obra que solamente Él puede realizar en ellos.